- Somos del National Geographic-, me contaron. - Y vamos a fotografiar la luna llena sobre la selva desde lo alto del Templo de la Serpiente Bicéfala. Ya tenemos a los guardias "avisados", me comentaron con un gesto de entrecomillado.
Estaba en un hotelito en medio del parque natural de la selva de Tikal, rodeado de los ruidos nocturnos de miles de insectos. Me había llevado en su furgoneta el chófer del "vosero" del Gobierno, quien amablemente me la cedió para hacer un recorrido por el país.
Aunque me dijeron que no hacía falta que les acompañara para llevarles los trípodes, cuando los vi adentrarse en la selva no pude evitar seguirles. Me llevaban más de media hora de distancia, y todavía no había salido la luna, por lo que la noche era oscura , y la selva territorio peligroso. Pero encontré una acequia de cemento y pensé que no era selva tan salvaje, y que si la seguía si no los encontraba al menos sabría volver al hotel.
Por suerte, conseguí darles alcance y me aceptaron como voluntario. "No teníamos más remedio" - me reconocieron.
Con su escalinata de 64 metros de altura, el Templo de la Serpiente Bicéfala está considerado como el más alto de América. Construido en 747 d.C por el rey maya Yik’in Chan Ka’wil, desde su cámara ritual se observa la más grandiosa vista de la selva de Tikal.
En la noche oscura, los insectos voladores inundaban de chispas de luz fugaces las copas de los árboles que se etendían hasta el horizonte, atisbándose los extremos de las otras pirámides mas bajas, El sonido de la selva noctura era sobrecogedor, de lo que los monos aulladores eran en buena parte responsables.
De pronto, se hizo el más abosoluto silencio, las miles de chispas de luz se extinguieron, y un disco nacarado gigante empezó a emerger majestuoso entre las copas de los árboles. A cámara lenta.
Por si fuera poco, el fondo del horizonte se vió rasgado por relámpagos que anunciaban una tormenta lejana...
Después de fotografiar con expresiones de complicidad secreta semejante regalo sagrado, fuimos bajando lentamente por la escalinata del templo, adentréndonos por la selva iluminada hasta llegar a la acequia que nos indicaría la cercanía del hotel.
Eso sí: tuvimos que ir en el más absolutomsilencio y con las linternas apagadas, pues me confesaron que no todos los guardas armados estaban "avisados".
Gracias, Itzamná, Dios del Lagarto Primordial y de Los Cielos, por todas las maravillas de La VIda que nos regalas cada día. Disculpa nuestros pecadillos de distracciones. Y líbranos del mal. Amén.
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