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Foto del escritorSalvador García

LA ISLA DE ROBINSON CRUSOE Y LOS LOBOS MARINOS DEL PACÍFICO COMO BAILARINAS INGRÁVIDAS

Actualizado: 12 mar 2023


Pétalo dedicado a los hermanos Krahn de Sitges, a Carmen Luz Rojo Copihue de Santiago y a Liter Gonzalez Charpentier, de Juan Fernandez


- Si tú eres legal, yo te mostraré mi isla-, dijo entre orgulloso y cómplice Lítel Gonzalez Charpentier.


Unos meses atrás, una alumna chilena en la Universidad de Barcelona no hacía más que hablar de “mi paraíso de Juan Fernández" y " la isla de Robinson Crusoe"La isla de Robins" en la que pasó los mejores veranos de su vida. Tenía que viajar a ese país para dar unos talleres de Dirección por Valores en empresas chilenas, y pensé que estaría bien ir a visitar su isla, pues por todo lo que me contaba de ella pensé que sería ideal para organizar actividades vivenciales de desarrollo personal para directivos.


- ¿Si voy a tu isla qué tengo que hacer?

- ¿ De verdad vas a ir?. Pues nada, cuando llegues tú solo pregunta por Lítel.


Y así fue , estando de Santiago, me acerqué al aeropuerto regional de….y tomé una pequeña avioneta de la compañía…para iniciar mi gran aventura del Pacífico.



La isla de Robisón Crusoe, de 49,7 km2 y 488 habitantes, es la "Más a Tierra" del archipiélago chileno de  Juan Fernandez, descubierto en el s. XVI por el navegante español del mismo nombre. Situada a 670 km de de Valparaíso, cuyo nombre ya evoca historias de piratas. Situada en pleno Océano Pacífico, la isla alberga una leyenda extraordinaria: allí fue donde vivió realmente el mismísimo Robin Crusoe, que Daniel Dafoe inmortalizó en su famosa novela escrita en Londres, aunque lo situó en un pasaje del Orinoco junto a su fiel Lunes.


Al parecer, el verdadero personaje de Robinson Crusoe fue Alexandre Selkirk, un marinero escocés expulsado y abandonado por pendenciero de un barco corsario, que vivió varios años encaramado en un peñón de la isla de Juan Fernandez. Vivía angustiado por la posible existencia de salvajes y oteando el horizonte por si veía algún carguero al que poder hacer señales y se apiadara de su mala fortuna. Así fue, y al volver a Londres y contar su experiencia en una taberna de Londres, Daniel Defoe escuchó su relato y se inspiró para escribir su famosa novela.


De hecho, puede conocer en el único bar del pueblo a un curioso personaje que decía ser Robinson Crusoe, de larga barba y siempre portando una mochila y un machete. Bajando la voz, me confesó mientras tomábamos un jote, mezcla de vino y coca-cola, que el machete era por si en cualquier momento aparecía algún salvaje, y que en la mochila llevaba todo lo necesario para escapar y sobrevivir. Y recuerdo que mostró muy interesado en saber si era cierto que en España se maltrataba salvajemente a los toros montando todo un espectáculo. Los dos llegamos a acordar a la tercera copa de jote que, efectivamente, este mundo es muy salvaje.


Pero volvamos a la pequeña avioneta que me iba a transportar a mi gran aventura. El piloto, un tipo jovial y con la típica gorra de cuero ajustada de los aviadores de entonces, me ofreció nada más despegar un trago de pisco sauer, el delicioso combinado de pisco, limón y clara de huevo que sigue creando divertidos combates de denominación de origen entre peruanos y chilenos.


Me colocó unos enormes auriculares para poder hablar por encima del ruido de las hélices y me dijo: - ¿Sabe usted?. Ahí mismo donde está sentado he llevado yo al gran Pablo Neruda cuando acompañaba en sus giras a Salvador Allende-. - ¡ Vaya!-, le dije. – Y qué es lo que cree que hubiera dicho en este momento el poeta?. Me dijo sin dudar: - ¡ Ah… nubes arreboladas del Gran Sur…!.


-¿Y qué me cuenta del presidente Allende, le pregunté entusiasmado?

- Era un dandy. Me hacía llevar siempre en los viajes electorales un baúl con ropa de campesino y un par de botellas de buen wisky para el viaje. Antes de aterrizar, se cambiaba como podía su sombrero y su ropa de buen paño inglés y se ponía la ropa de campesino “pa conectar al minuto con el pueblo”. Un cierto estremecimiento de decepción me recorrió por completo toda la parte izquierda de mi cuerpo.


Al acercarnos a la isla puede comprobar que tenía dos partes bien delimitadas: una bien verde y boscosa, la otra un desierto de rocas en el que se dibujaba una minúscula pista de aterrizaje. Mi amigo el piloto de Allende me contó que la parte desértica era el resultado del expolio de árboles que hicieron en su momento mis amigos españoles para construir sus naves imperiales.


Al aterrizar con bendita pericia en la pista que me pareció que seguía siendo tan minúscula como se ya veía desde el cielo, lo primero que vi fue una personaje bajito y con cara de pillo que no llegaba a los treinta, apostado sobre una pared del chiringuito que servía de embarcadero para ir por mar desde el aeródromo hasta la única ciudad de la isla, que no tenía ninguna carretera interior a través del bosque.


A los pocos minutos de zarpar , el barquero echó unos anzuelos y casi inmediatamente cayeron en cubierta un par de vidriolas de buen tamaño. Ni corto ni perezoso, se dispuso a limpiarlas, trocearlas y servirlas a la plancha al pequeño grupo de pasajeros que transportaba. – Es por si acaso luego no hay comida – afirmó con toda naturalidad.


Mostraba gran curiosidad por los motivos por los que había querido ir a su isla, a qué me dedicaba, cuántos días me iba a quedar y cosas así. Yo le fui dando conversación a lo largo del trayecto, que duró varias horas.


Al llegar al pequeño puerto de….me presentó a una joven que regentaba un kiosko para turistas y le pidió que me buscara un bungalow bien bonito y con vistas al océano.


-Soy Liter, Liter González Charpentier, desveló solemne. – Soy legal, tú eres legal, y si eres legal como yo, yo te mostraré mi isla.


Efectivamente, esa misma noche estaba acomodado en un pequeño y precioso bungalow de madera desde el que desde una gran ventanal se veía el Pacífico precedido por una generosa porción de pasto bien verde.-Descansa, mañana vengo a ver qué quieres que hagamos.


-Buenos día- apareció bien temprano. – Que quieres que hagamos hoy?. – ¿Y qué podemos hacer?. – Ir a bucear o ir a cazar conejos?. – Lo de cazar conejos no lo he hecho nunca. Y qué hacemos luego con ellos?. – Pues nos lo comemos-, respondió como quien responde a un idiota de la ciudad de Valparaíso.


-Veo que has venido a caballo. ¿No podríamos ir a caballo?-. Su carcajada fué oceánica. – La montaña es demasiado espesa y el pobre Viento no puede correr entre los árboles. Si quieres, ves tu montado a paso bien lento y yo iré delante llevando la escopeta. Pero ya verás como al poco tu también te tienes que bajar y hemos d arrastrarlo.


Así que Viento, “el caballo más lento de esa parte del Pacífico”, el pequeño gran Liter y el recién llegado entusiasta emprendimos camino hacia los acantilados del norte en busca de conejos para comprobar las dotes culinarias del mejor anfitrión de la isla.


-¡Allí hay uno!-. ¡Pam ¡. – ¡Y allí otro!. ¡ Pam, pam ¡. – Vamos a buscarlos-.Al momento dos pobres conejos colgaban del sillín del paciente Viento, caballo más rápido de esta zona del Pacífico.


- Yo nos le visto. ¿ Cómo lo haces?. – Los huelo-, dijo sin inmutarse. – Si te das cuenta vamos caminando contra el viento.


Tras cruzar un bosque para más bien parecía una selva, llegamos a los acantilados del norte. No sin antes trepar por unas rocas que no se acababan nunca. Yo, como buenamente podía, él brincando como una cabra. Se lo dije. – Ja ja, es que me crié persiguiendo cabras montesas para poder comer. Para calmar mi sed se acercó a una pequeña fuente y recogió unas fresas silvestres. - ¡Toma, profesor, fresas con licor de roca ¡.



Al llegar al borde del acantilado, el Océano Pacífico se entregaba inmenso, y desde el vértigo del fondo, el ruido de las olas cantaba con los saludos graves de los lobos marinos. Entonces me preguntó: - Tú que eres profesor de universidad, qué dirías que es todo esto?-. – La felicidad, le dije sin dudar. – Pues sí que sabéis cosas en esa universidad tuya, sí.


Al llegar la noche, invitamos en mi preciosa casita de turista a varios de sus amigos del pueblo a zamparnos la media docena de conejos que Liter preparó como gran chef. Yo me encargué del vino y de la música. El vino, una botella de tinto de Torres, la única que había en el pequeño mercadillo cercano, y la música ni más ni menos que Carlitos Sanz, que tenia el corazón partío a todas las mozas de la isla, y especialmente a Laurita la kioskera. Un poco de maría autóctona acabó de crear el ambiente para una noche inolvidable. Y no sería la última.


Al día siguiente, mientras íbamos caminando por las calles del pueblo, sin asfalto, coches, bancos ni policía, todo el mundo que nos veía nos saludaba al pasar : - ¡Hola!. - ¡Hola. - ¡Hola!. - ¡Hola!. Se me ocurrió algo divertido: - Liter, que te parece si en lugar de decir hola hacemos un gesto con la mano derecha como si fuera una ola que sube, baja y vuelve a subir, como un aludo propio de la isla. Así, cuando dentro de años los antropólogos estudien vuestras costumbres creerán que esta es la forma de saludarse típica de los habitantes de la isla de Robinson Crusoe en medio del Pacífico. Ja, ja, y así fue: y el saludo quedó instaurado entre risas de complicidad entre todos quienes nos encontrábamos a nuestro paso.


Ese mismo día, Liter me confesó un secreto que le tenía avergonzado: a su edad, no sabía leer. Como era tan avispado, lo disimulaba aprendiéndose de memoria el contenido de los letreros y otras cosas que necesitaba saber. Entonces tuve un impulso: le dije que le regalaría el único libro que llevé a la isla y que tenía en casa desde pequeño, y que no podía ser otro que “Robison Crusoe” de Daniel Defoe, en edición … con tapas duras y portada a todo color. Y que hablaría en secreto con la maestra , una española supersimpática, para que le diera clases con ese libro en algunos de sus ratos libres. Y así fué. Él a cambio, me regaló un gran caparazón de tortuga que se encontró un día muerta en la playa, que el mismo limpió a fondo, y cuyo perfume dulzón impregnó una de mis maletas durante años.


El monumento más alto de la isla era un gigante y horrenda antena parabólica situada en la plaza mayor, delante del bar. La colocaron los políticos de Valparaíso para llevarles “el progreso” y obtener así algunos votos más. Obviamente, todo el mundo tiene derecho a ver la televisión, pero según me contaron, desde entonces ya casi no hay tertulias con jote y guitarra, y a gente se queda en su casa para ver las series de moda. El debate queda abierto.


-¡Hoy nos vamos de pesca!. Sabes bucear?. Liter trabajaba como ayudante de El Príncipe, un atlético joven de Santiago que lo dejó todo y cambió de vida para dedicarse a su gran pasión del buceo. Lo de príncipe era un calificativo con amplio consenso entre todas las chicas de la isla. Me prestó un traje de neopreno y unas gafas y salimos los tres en una pequeña barca cargando las bombonas y un pequeño barril metálico cargado de leña. El barrilito era para que Liter encendiera brasas sobre las que asar los pescados más pequeños del día de vuelta a casa. ¡ Deliciosos!.



Y me atreví a bajar siguiendo todas las instrucciones del Príncipe. Verdaderamente, era un gran instructor, y llegué a descender hasta 20 metros. Mientras subía, tuve la ocasión de contemplar y sentir uno de los mayores espectáculos del planeta: un grupo de grandes lobos marinos se me acercó majestuosamente como torpedos a cámara lenta, para acabar danzando a mi alrededor con toda delicadeza, como enormes bailarinas ingrávidas. Afortunadamente, pude mantener la calma y disfrutar como una foca.


Pude ver como El Príncipe arponeaba una enorme vidriola en el centro del cuerpo. El gran pez estuvo un buen rato tratando de zafarse, tanto que perdió tal cantidad de sangre que su carne quedó blanca y blanda como una tierna novia virgen. La pesca de la gran vidriola nos dio para dos o tres días de cenas con los amigos, cada vez preparada de manera diferente por el gran Chef Carpentier.


La principal riqueza de la isla proviene de la pesca de langosta. Una de las tardes en el único bar de la isla, el del jote, un joven pescador me explicó su innovadora teoría de pesca porque allí ninguno de aquellos paletos le hacía caso y creía que yo si lo podría entender por mi gran nivel de estudios. La cosa consistía en hacwer descender un micrófono para grabar el sonido de las langostas macho. Luego, al colocar unos altavoces en las cestas con los susurros arrebatadores, a esperar que las hembras se entrgaran rendidas. – ja, ja, pues no es ninguna mala idea.


Afortunadamente para mi convivencia como no turista con los habitantes de Juan Fernandez nunca compré ni pedí langosta para comer; lo mismo que hacían ellos, pues era su más preciado tesoro y sólo lo vendían, y ni mucho menos lo comían a diario. Entonces, un buen día, el último di estancia de una intensa semana, Liter se presentó en mi pequeño palacio frente al océano con una langosta viva en la mano para que me la comiera yo solito. Es que era un tipo bien único. Después de cocerla, me la dejó troceada para que la disfrutarla solo tumbado en el césped, pasto le llaman ellos, de delante de casa. La acompañó de una botella de vino italiano de forma redondeada, e insistió en que me dejaba solo para que disfrutara de la vista y de todo lo que habíamos vivido juntos.


Cuando estaba saboreando un trozo de cuerpo bien sabroso se me acercó un niñita de una casa contigua que no tenía más de siete años. Iba con zuecos, y me explicó perfectamente que su familia era descendiente de piratas holandeses.


-Hola, yo tengo un columpio-, me dijo señalando con el dedo su casa contigua-. Entendí la indirecta, y lógicamente nos acabamos juntos el preciado crustráceo salvaje. Por supuesto, sin darle vino a ella. Intuí que Liter nos miraba desde lo lejos y que asentía su juicio inicial de que yo también era legal y que por eso me mostró su isla.


En el momento de la despedida, cuando mi barca se alejaba del pueblo patroneada por otro colega suyo, me despideron dos personas desde el muelle: el mismísimo Liter Gonzalez Charpentier y la chica del kiosko que me recibió el primer día. El saludo no pudo ser otro por parte de los tres al unísono: un movimiento de la mano derecha simulando una ola que sube, baja y vuelve a subir.


Por supuesto, se me olvidó por completo que había ido a la isla para organizar una “outdoor training experience” para directivos de Santiago. ¡Menos mal!.


...


El 27 de febrero de 2020 , un terremoto de 8,8 grados en la escala Ritcher, uno de los más violentos en la historia del Planeta Tierra,  destrozó el paraíso de Robinson Crusoe. Tremenda tragedia. Seguro que sus bellos fondos marinos, sus más  de 250 especies de plantas autóctonas, sus langostas y, por supuesto, su buena gente, estarán encantados de recibirnos.

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