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Foto del escritorSalvador García

EL TAXISTA SABIO


Érase una vez un importante profesor que se dirigía a impartir una sesión importante a un importante auditorio. Hacía escasas semanas que había finalizado un importante tratamiento de radioterapia, quimioterapia y cirugía, y esta era su primera actuación profesional después de la enfermedad, por lo que estaba más que ilusionado por su importancia.

Iba el académico en taxi hacia el World Trade Center en el puerto de Barcelona para impartir la importante sesión de cierre de un Máster de ESADE dirigido a directores de los llamados "Recursos Humanos". Su presentación era , ¿ como no? , sobre la Dirección por Valores. Nada más subir al auto, abrió su flamante ordenador portátil sobre las piernas para darle los últimos retoques, absolutamente concentrado y sin prestar atención alguna al conductor.


De pronto, se dio cuenta de que el vehículo estaba sorprendentemente limpio, y que sonaba una fantástica música clásica. – Qué buena música lleva usted puesta, dijo sin apartar los ojos de la pantallita fosforescente. - ¡Ah!. Eso es porque hace un tiempo subió a mi taxi una mujer extraordinaria: la gran soprano Teresa Berganza., - ¿Sabe usted quién es?, me preguntó girándo algo la cabeza hacia mí mientras segía conduciendo. - Pues mire usted: me dijo con una voz maravillosa que resonaba en toda la cabina que, si ponía este tipo de música en el trayecto, produciría grandes efectos beneficiosos en todos y cada uno los pasajeros. Y que si llevaba un libro para que anotaran sus impresiones, podría comprobarlo. ¿Quiere usted que le pase el libro para que escriba algo?

A estas alturas del trayecto, el importante profesor decidió que lo que tuviera que contar aquel taxista singular tenía más importancia que dar los últimos retoques a su presentación sobre Dirección por Valores. Y, atinadamente, cerró el ordenador. –¿Así que usted confía en la naturaleza humana?, le pregunté a continuación ni corto ni perezoso. Sin sentirse para nada sorprendido por la pregunta, me contestó el taxista: –Ahora sí, pero me ha costado lo mío, no se vaya usted a creer. –¿Ah, sí?, cuente, cuente. –Pues resulta que yo tenía una pequeña empresa con un socio que era del Opus Dei, como yo por aquel entonces. Pero ya sabe usted como son esa gente: no se puede uno fiar de ellos ni un pelo- .Aunque iba a una sesión académica de la competencia jesuítica, preferí no aprovechar la ocasión para afirmar su opinión, con la que tampoco estoy de aduerdo. - Esa persona me traicionó y me robó, y caí en la ruína. Desde luego, entonces dejé de confiar en la naturaleza humana, tal como usted me pregunta. Pero decidí una cosa: decidí confiar de nuevo en un solo ser humano, al menos en uno, y me di cuenta de que en mi mujer sí que podía confiar. Eso me sacó de la depresión en la que estaba, y pude llegar a comprar este taxi en el que ahora vamos. Pero, bueno, ¿no quiere escribir nada en mi libro?

El importante profesor anotó algo sobre la importancia de los valores, pagó la carrera, le dio las gracias y se dispuso a bajar y triunfar ante su auditorio.


Pero cuando ya estaba abriendo la puerta del vehículo, le dijo el taxista sabio, enviado sin duda alguna por el destino : –¿Quiere usted que le diga qué es lo más importante de todo? ¿Sí?. Pues está bien claro, hombre: "¡VIVIR Y MORIR EN PAZ!".


No hay nada más importante.



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